lunes, 29 de abril de 2013

Sabes qué deberías hacer, siempre lo has sabido

Vas por algo así como una carretera urbana, vas de pie porque tu juventud te impide tomar asiento. Vas sintiendo lo que queda de tu corazón, porque por muy destrozado que esté, su contraparte física sigue latiendo con la misma fuerza que hace más de un mes. Hay un dolor, hay una pena negra que le da sombra a todos los pensamientos que puedas gestar, a todas las emociones que puedas intentar percibir.

Vas a toda máquina, los autos a tu alrededor se mueven sin demostrar resistencia, es un baile coordinado que los antiguos hubiesen llamado un acto divino, pero tú sabes que hay reglas y líneas que permiten tal despliegue. En el vidrio aparece su imagen, sí, es ella. No está feliz, está triste. Intentas encontrar su mirada, pero ella rehuye de tus ojos. No está feliz, está triste y es por tu culpa. El corazón se retuerce y buscas otro lugar donde mirar porque a ella, de esa manera, ya la has visto mucho últimamente y nunca te dice algo nuevo, solo deja dolor y un sabor amargo tras de sí.

Entonces ves los panales de humanos que habitan en tu mundo próximo y vuelve ese pensamiento, esa idea: la dimensión humana. Tu pecho presiona desde adentro hacia afuera, todo lo que sientes son sentires humanos, no hay diferencia entre tus sentimientos y los edificios que observas, ni los bailes coordinados, ni las guerras. Es la dimensión humana según la cual todo ha sido sentido e ideado para el regocijo de toda la actividad y pasividad humana. Si bien este pensamiento antes te asqueaba, ahora te entrega algo de alivio. Lo que sientes puede ser universal, no eres el primero en sufrir una pena de amor. Si lo que sientes es universal y ha dado origen a tantas canciones de amor, tal vez y solo tal vez, tienes la esperanza de pertenecer al mundo de los humanos.

Sabes qué deberías hacer, siempre lo has sabido. Entiendes perfectamente cuál es el juego que aquí se está jugando. Reconoces que esto es la vida, con pasiones y dolores, con felicidad y la mierda que ahora te comes. Todo te da el mismo consejo: ella se fue y tú conseguirás amar a alguien que lo merezca, no te vas a quedar solo, el dolor es pasajero, no eres el primero que sufre por amor, muere, vive, ella no está, ella nunca estuvo, piensa en los buenos momentos, piensa en los malos momentos, olvídala, ella va a volver, ella no va a volver, hay muchos peces en el mar, ella era mi mar, consigue a otra y compara, ódiala, deja de sufrir por ella que no te merece...

Pero también sabes algo que los demás no saben, ella era distinta, tú eres distinto. Y por eso no corren las reglas del juego para ti. Porque no se trata de un capricho y tampoco se trata de que te guste sufrir, no. Se trata de lo que estás sintiendo y eso es precisamente amor puro y sincero. Ella te lo dijo, si hubieses notado lo que tenías antes, no la hubieses perdido. Lo que ella no entiende es que este fue un aprendizaje que apareció luego de que ella te dejara, no antes, porque es un aprendizaje desde el dolor, no se trata de que estés aprendiendo para ella, estás aprendiendo porque estás aprendiendo y porque duele. Piensas que tu corazón se está secando y probablemente tienes razón, porque lo escuchas cuando late y tiene un ruido que antes no tenía.

Tú no puedes jugar el mismo juego que los demás, incluso aunque ella sí pueda, tú no puedes y lo sabes. No se trata de ganar o perder, se trata de lo que puedes y no puedes. Y tú sabes que no puedes jugar al juego del amor porque para ti nunca ha sido un juego y eso te diferencia del resto.

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