viernes, 4 de octubre de 2024

Ciudad de la luz

Ves el peligro en distintas esquinas; pasos presurosos y un niño que deja caer su muñeco. El vapor brota del suelo y es la ciudad comunicándose mientras los sin domicilio encuentran dónde evacuar.

 Hay una definición de lo que es el mal. Qué es el mal, y dónde habita. Nuevamente, es cuestión de perspectiva. Son las ciudades colmadas de seres apretujándose por un espacio para tomar una fotografía o solo respirar. Hay necesidades y todas son digitadas en un mismo tempo, logrando la agobiante y constante sensación de movimiento.

Hay quien define como un ritmo rápido únicamente, pero no, es la urbe, es el producir, es el capturar. Miles de miles de obturadores abriendo y cerrando, atrapando para siempre a seres incautos que no planeaban estar en ese instante, perdiendo parte de su esencia.

Viajas por las venas abiertas donde algunos fuman grietas, buscando y siempre encontrando sortear obstáculos y sus combinaciones. La acción sigue así: gancho al costado, golpe metálico y se abre la puerta. Rostros observan y analizan, quién es un peligro y quién un visitante, la molestia. El espacio es potencial y te posas con la responsabilidad de pararte si la muchedumbre aumenta.

Una tras una caen, como los años, las estaciones y tú te preguntas en qué clase de sueño te encuentras, mientras una voz te recuerda que no es el país de tu madre. Es hora de bajarse y empujar, otro golpe metálico y un salto al vacío inmóvil, y te preguntas si lo sortié.

Hay colores y sabores, la caja de lápices completa, con sus hermosuras y sus aberraciones. Un sol apenas se asoma y sientes la gracia de los favorecidos.

Aunque lluevas, siempre tendrás un lugar en mi imaginación.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Troncos y varas

Dio unos pasó y observó alrededor, notando las líneas rectas del lugar. Las seis paredes hechas de madera sostenían algunas ventanas que permitían que se filtraran algunos rayos de sol entre la vegetación que rodeaba el edificio.

Su primer pensamiento fue "un lugar sagrado", para luego refugiarse en la exactitud del hexágono al que daba forma la estructura. En el centro sombrío cortado por algunas líneas de sol, se encontraba un espacio para el fuego sobre el que existía una abertura en el techo para que el humo de un fuego teórico pudiese escapar.

Todos los muros, con o sin ventanas, terminaban con bancas sólidas hechas de un trozo casi continuo de madera, dispuestas para adorar al nido formado por ramas dispuestas y apretadas entre sí, a la espera de arder.

Decidió sentarse a admirar aquel lugar experimentando un gozo tranquilo al recordar el olor de una guitarra de su niñez. Ahí, pese al frío, su cuerpo le sugirió recostarse. En su cuestionamiento de estar a la altura, decidió oír la llamada y se reclinó sobre el banco de madera. La fría y dura sensación lo hizo estar presente en el lugar llegando a otro nivel de consciencia, al tiempo que también lo dispuso a la vulnerabilidad del aire que corría hacia la abertura del techo.

De forma natural, alguien se deslizó en el recinto, siendo un llamado de atención. Él evitó mirar, pues solo por su fragancia ya sabía quién podía ser esa presencia. Mientras tanto, con sutileza y evitando su mirada, ella logró situarlo en el espacio.

Ambos por su parte no buscaron la mirada del otro porque simplemente sobraba en ese instante, en ese espacio. Así dio comienzo a un intercambio de palabras sueltas que se transformaron en frases y luego devinieron en oraciones, todas breves y concisas. Juntos hicieron un tratado sobre la trivialidad de quienes pretenden no profundizar la ruptura del hielo, buscando la salvación.

De haber visto su cara, hubiese notado que su rostro reflejaba los embates de años de travesía en la búsqueda de un algo que no sabía estar buscando. Muy cansada de vagar, mas su voz volvía a ser un juego juvenil, llena de sombras y luces, así como nuevos misterios olvidados entregándose a un mundo de posibilidades.

Algo estaba operando en ella, algo operaba también en él que al instante bajó más aun la guardia, dejándose llevar por la embriaguez de un sueño de verano en el frío y duro espacio que ocupaba. En eso, se incorporó y volvió a sentirse ligeramente despierto. Para no traicionarla, siguió evitando observar su rostro, aunque ahora podía apreciarlo de reojo.

Era un baile, era el respeto de un acuerdo tácito, esquivando y conversando, sin peso y sin profundidad. Ambos danzaban en sus cabezas, sin un observador, solamente siendo lo que eran o habían sido.

Sin cuestionamientos ni palabras, ella lo invitó a salir mientras ella abandonaba el lugar. Afuera el sol estaba más presente y cubría la gran extensión de pasto casi seco de alrededor. Dejaron de conversar, pues ahora no estaban solos en el mundo.

Cerca de ellos un grupo de niños desconocidos para él, corrían y se perseguían esquivando principalmente troncos de árboles.

Repentinamente ella lo miró a los ojos, rompiendo en el acto el pacto que había guiado su encuentro. Desconcertado, solo pudo enfocarse en sus labios. El suave movimiento de las palabras pronunciadas le pedían que observara más allá. Sin entender, vio que ella apuntaba un lugar.

Buscando responder a su deseo, fue hacia un tronco que se encontraba desnudo. Sin pensarlo demasiado, comenzó a escalar usando sus ramas desprovistas de hojas por la estación. Ya a una altura considerable notó que ella apuntaba a un artefacto situado en una rama.

Haciendo equilibrio se posicionó y tomo aquel objeto. Se trataba de un pequeño catalejo dispuesto en una rama. Desconcertado, buscó más instrucciones y ella le dio a entender que debía mirar a través de él.

En eso, los niños comenzaron a gritar alarmados mientras estaba con un ojo cerrado mirando por el aparato. Su alarma era por una araña de rincón en la mano de él. Escuchando los gritos, se despegó el catalejo y encontró una araña en su brazo. Se trataba de una araña inofensiva, por lo que mientras se la sacaba agradeció para sí a los niños por su preocupación.  

Entonces, con los niños ya tranquilos de testigo, se lanzó a observar para entender la visión de mundo que lo llevó allí. Mientras, ella reía con sus ojos observando a los niños a aquel hombre sobre el árbol.

domingo, 5 de mayo de 2024

¿Dónde estoy?

 Ya me desorienté, ¿dónde estoy?.

Siento algo de frío, pero no sé si sea real. Las sombras, debe ser la poca luz que se cuela por las ventanas. Eso, estoy dentro de una estructura, un hogar quizá. Pero falta un fuego, por lo que no estoy seguro.

Mi mirada se pasea, ¿dónde estoy?

Me encuentro desparramado sobre un viejo sofá. Siento la dureza de sus terminaciones y el olor impregnado de los restos menores de otras vida que han habitado y recurrido a su constitución. El patrón tiene unas flores largas y desgastadas de color verde claro sobre un blanco hueso.

De a poco me incorporo, ¿estuve tomando alcohol?

Es un hogar, ya lo siento. No es mi hogar, pero es el de alguien más, aunque no tenga un fuego. Paseo la mirada por los muros, y caigo en la cuenta de que la debilitada luz del sol señala que es tarde, quizá deba irme.

Estoy mareado, ¿dónde estoy?

Ya de pie me acerco a una muralla. Lo que parecían cuadros resultan ser retratos familiares, pero no de mi familia. Definitivamente estoy en un hogar. Las escenas retratadas son alegres postales de la familia interactuando; hay una mujer con sus hijos, tres niñas y un niño. En todas las fotografía ríen, casi como si dieran vueltas de la mano alrededor de la cámara. Falta alguien y debe de ser la persona que capturó esos momentos.

Entonces lo entiendo, ya sé dónde estoy.

No sé cómo llegué, pero habitar ese espacio es lo más cercano que estaré a esas personas. Lo sé con la certeza de los sueños.

Tengo que salir, pero está anocheciendo y tengo frío. Quizá me quede más tiempo, aunque sé que no es mi hogar.

sábado, 6 de mayo de 2023

Re: ¡Moluscos del mundo, uníos!

 La vida simplemente es así y funciona de formas misteriosas.

Días o semanas después del último escrito, apareció un libro con datos asombrosos del mundo. Entre ellos se encontraban datos de animales y allí llegó la sorpresa: los ostiones tienen ojos, y no solo un par, pues tienen entre 30 y 90 ojos, pudiendo llegar a más.

Entonces el acto final de este bicho, por el cual tuve una revelación, en realidad nunca fue una suerte de milagro. Pero estoy siendo injusto, pues el ostión continuó con su vida sin fijarse en este humano.

Fui yo quien cometió el error desde la más impúdica ignorancia.

Si tengo que ser sincero, una pequeña parte de mí se sintió algo decepcionada. Pero la mayor parte simplemente rio.

Como suele ocurrir, el voluntarismo pudo más y proyecté mis conocimientos en un mundo que apenas entendía, y que sigo sin entender.

Fueron dos años y medio sin comer carne por no tener idea de la biología del dichoso molusco.

La realidad se conforma de muchos hechos que nunca ocurrieron. Algunos le dice el efecto Mandela, pero creo que la experiencia humana en su máxima expresión.

Tantos momentos y tantas contradicciones. Quién sería sin un pequeño molusco prestidigitador.  

sábado, 25 de marzo de 2023

¡Moluscos del mundo, uníos!

El último viaje de verano con mi padre, junto a su señora y mi hermano pequeño, fuimos al tranquilo balneario de Guanaqueros.

La mayor motivación para ir fue intentar conectar con mi casi veinte años menor hermano. Por ello, compartimos sin problemas una habitación en una casa que funcionaba como un refugio nocturno.

Dado el tiempo y la serenidad del mar, que prácticamente era una taza de leche, entré en el agua por más tiempo de lo usual. Mi padre me prestó unos lentes, los que me dieron la seguridad de poder observar el fondo marino en detalle y bajar la ansiedad. El mar, grandes volúmenes de agua, siempre me habían producido una sensación de vulnerabilidad, como si pudiese venir algo del fondo.

El sol quemaba la piel, mientras el agua mecía y refrescaba los pensamientos. Un juego se volvió el descender al fondo y salir, probando cuánto tiempo podía estar sin respirar, para luego enfocar la atención en el fondo marino.

En ese fondo descubrí a unos crustáceos en sus caparazones. Para mi asombro, pues no sabía de su existencia, había lo que reconocí como poblados de cangrejos ermitaños. Estos seres se asomaban de sus caparazones cuando me acercaba, levantando sus pinzas hacia mí. No supe si querían amenazar o adorar a este rostro gigante.

Más tarde, mi pie derecho rozó algo en el fondo. Al investigar, recuperé un marisco. Resultó ser un ostión que guardamos en el balde con el que mi hermano jugaba a crear castillos de arena. Apelando a mis habilidades, y pese a no ser fanático de los moluscos, me propuse ir en la búsqueda de más ostiones para preparar algún plato, por diversión.

Tras horas de no encontrar molusco alguno, me aproximé al balde con agua. La decisión era fácil, no iba a matar al bicho solamente para comer la unidad. Puse el ostión en la palma de mi mano, dispuesto a liberarlo. En eso, se abrió la concha y me lanzó agua a los ojos.

Cómo era posible que un ser que no posee ojos, una existencia inferior, pudiese reconocer lo que es la vista de otro ser y atacar a esto, todo con la intención de poder seguir viviendo. En ese momento me reí y fui a dejar de forma cuidadosa mar a adentro a aquella criatura que se había ganado mi respeto.

Durante la noche, en mis últimas horas antes de tomar el bus de regreso, mi padre insistió en ir a comer a una picada del lugar. Estando allá, y a modo de venganza quizás, pedí ostiones a la parmesana.

Cuando llegó el plato, me cuestioné por qué había pedido eso, si ni me gustaban los mariscos. Haciendo frente a mis decisiones, comencé a comer los ostiones. Recuerdo pensar que estaban ricos, aunque me costaba un poco tragar.

Luego, algunos pensamientos comenzaron a rondar: se trataba de quince ostiones que costaban $10.990; el dinero, siempre sucio, siempre violento. Hipocresía, en qué estaba. Por un capricho, habían acabado con estas quince vidas. Sus restos cocinados en queso parmesano, una exquisitez que aspira a seguir la denominación de origen. Cadáveres cocinados en sus jugos y envueltos en ralladuras de queso.

Las contradicciones se agudizaron, y comenzó la revolución interna. Sentí asco, asco por la mediación del dinero, por ser un capricho, por los asesinatos. Casi vomité, todo esto sin emitir una palabra.

Y las palabras se revolvieron y luego tuvieron sentido: “no soy ni responsable de mis asesinatos”.

Esa idea se cristalizó y con los días se transformó en una idea, en una regla: solo comería carne de aquello que matase. 

No fue un gran lío, tampoco costó demasiado. Se trataba de ser responsable, al menos mi entendimiento de lo que es la responsabilidad personal. Así pasaron unos años sin comer carne.