sábado, 22 de junio de 2013

Tierras de juegos y los juegos

Voy caminando por la calle, los días han estado fríos y hoy no es la excepción. Escucho música, aleatorio se ha portado bastante bien últimamente, y las personas siguen paseando a sus caninos amigos. Nadie pasea a su gato, los gatos viven sus vidas rehuyendo de la caridad humana, excepto por la comida que aceptan sin fruncir el ceño.

Una banca salvaje se atraviesa en la ruta, es hora de dominarla. Mientras sitúo mis posaderas me doy cuenta de la situación: es una plaza, estoy en altura y puedo ver a todos estos caninos sueltos explorando el mundo mientras sus dueños intercambian palabras de amor. Es lindo ver que la vida en la ciudad existe y más lindo aún es ver a estos perros de distintas razas jugando a ser perros. Ellos traen a pasear a sus amos y sus amos piensan que la cosa es al revés.

Pasa una chica que me mira y que luego posa sus ojos en su amistad cuadrúpeda, ¿qué habrá visto sobre esta banca? Por un segundo cruza por mi cabeza la idea de que solamente vio una banca verde con una extraña sombra, en eso soy los restos inmortales e invisibles de lo que fui en vida, una brisa que difícilmente habita el espacio y a la cuál solo algunos perros pueden mirar. Me transformo en humo y floto por sobre las existencias de aquel lugar. Algunas palomas ahuyentadas por los cazadores caninos me esquivan, pero casi ni se dieron por enteradas. El trance termina y el peso de mis pies vuelve a ser el de antes, aparece la ropa y se materializa el inquieto corazón.

En eso un desconocido se sienta a mi lado. Está acompañado de un perrito, así que está más autorizado que yo a estar en esa tierra de juegos. El can en cuestión es un perro negro, parecido a un pastor alemán, pero es difícil notar sus mezclas porque es un cachorrito.

El perro rompe el hielo, en estos lugares siempre es el can quien rompe el hielo. Todos tienen o comparten con animales, difícilmente pueden ser almas obscuras. Nos saludamos con las miradas y luego volvemos a mirar al cachorro.

¿Por qué no dejas que cambien?– dice.
¿Qué?– respondo confundido.
¿Por qué no dejas que las cosas cambien?– apuntando a mi cabeza y fusilándome.

Al felpudo animal no le importa un carajo la escena, se acerca y me olisquea. El dueño, seguramente viendo mi cara de compungido, sonríe amistosamente y se da la cháchara por terminada. Al rato se despide con la mirada y contrariando la voluntad del simpatiquísimo perro, siguen su paseo.

Dejando de lado lo extraño del episodio y por qué carajo me preguntó eso, ¿realmente no quiero que las cosas cambien? Digo, no las cosas, sino que las situaciones. No quiero que cambien, pero ¿por qué? Estoy contento con lo que tengo, también estoy triste por quien no tengo, pero ¿no quiero que las cosas cambien?
Sé qué no quiero que cambie y eso es el ser parte de la vida de las personas a las que he amado y amo. No quiero caerme de sus existencias, quiero ser parte de sus historias. Más que eso, quiero ser una parte esencial de las historias de todos a quienes amo, quiero ser el protagonista no solo de mi vida sino que de la vida de quienes aprecio, quiero ser uno de los pilares que sustenten la felicidad de múltiples seres. Y que las situaciones cambien, que la vida cambie es una encrucijada, es un punto de quiebre que puede llevar a que yo no forme parte de sus vidas. Sí, eso es. Los cambios traen consigo la posibilidad del olvido y ser olvidado, ser expulsado de una vida es ser asesinado en vida solo que es el asesinato de uno mismo que se sufre en vida y por el resto de la misma. Y claro también está la posibilidad de que todo cambie para bien, pero esa no es la parte que me duele, no es esa la situación que me angustia.

Las relaciones humanas son tan complejas y tan hermosas. Y su belleza no radica en su complejidad, sino que en el calor que emanan las que son llevadas de forma sentida. Pero en ellas radica el potencial del dolor que aparece con la natural muerte, tanto en su sentido literal como en el figurado. En el lecho de las relaciones vive el dolor y la pena. Hay varias opciones tales como vivir teniendo cuidado de con quiénes nos relacionamos o cortando de raíz las relaciones humanas para así no sufrir sus efectos secundarios. De cualquier modo sé que mi opción se realizó cuando los astros se alinearon el día de mi nacimiento, y no me queda más que vivir con intensidad. No se trata de evitar el cambio, porque el cambio es constante, sino que se trata estar al día con el cambio y apoyar a quienes amamos, ya sea nuestra pareja, nuestra familia, nuestras amistades (humanas o animales) o a quien nos caiga en gracia apoyar.

Y es entonces hora de dejar esta banca y seguir mi camino, porque una cosa es aprender estas lecciones y otra bien distinta es aplicarlas. Me estoy esforzando con lo que queda de mí, por los que somos y por quienes vendrán. Me haré bueno.

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