martes, 6 de diciembre de 2022

Rabia burlada

Recurro a la ayuda por miedo a la violencia. Esta no se ha desatado, pero existe; en la recreación en ámbitos lúdicos, donde aparecen el azar y el situarse por sobre el contrincante, la rabia.

Llamando al recuerdo momentos de ira intensa, revivo imágenes en que un vecino se ríe y luego pega un pelotazo con todas sus fuerzas que llega directo a mi cara, para luego seguir riendo. La siguiente parte no la recuerdo, pero un testigo me la ha contado durante años: tomo una piedra más grande que mi cabeza y se la lanzo al bufón.

Otras situaciones se deslizan, pero no alcanzan a conjugar una imagen, hasta que llego a un momento en que debía de tener unos diez años. Mi hermano me provoca y corre a encerrarse en su pieza. Con patines puestos, llego frente a su puerta y tras un intercambio de palabras airadas, pateo la puerta.

Dando otro salto, otros episodios donde ya era más grande y se configuraba una fuerte sensación de injusticia y burla. El agravio mayor era humillarme, y entonces la rabia brotaba. Una rabia que inundaba los espacios, pero que era dirigida.

No es necesario narrar más episodios, pero quizás sí realizar el alcance de que siento orgullo de varias de estas salidas. Pero no, no soy yo. Eso era yo. Ahora soy control, con rabias pequeñas. Ahora no soy violencia, pero sí la sensación de injusticia.

La primera violencia era natural y brotaba por sí misma. Luego pasó a una violencia que buscaba reparar o resarcir el agravio; reparar aquellas situaciones que percibía como injustas. Acciones reales en contra de la falsedad del mundo, intentando purificar lo que fuese necesario.

No sé qué pasa con la burla, pero es un poderoso motor de la ira que no debe ser subestimado. Se cuela por rendijas de las que no estamos al tanto y golpea ahí donde debiese primar la razón, la emoción y otras actividades humanas distintas de la rabia y la violencia.

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