El sol se desliza esquivando algunos edificios e ilumina un rincón de no más de un metro cuadrado del balcón. La luz que brinda es blanca, entrega una idea de pureza.
Ubicado en el punto preciso, dejo al descubierto las dudas y me entrego a lo que aquella energía quiera. Los rayos atraviesan mi piel, pero no con facilidad. Cada poro, cada célula de mi organismo siente la presión que ante la complejidad traducen simplemente como calor. Cuento hasta que 22 es 22 y se ha disipado la ansiedad. Y entonces la llama se enciende y los ojos dejan de ser necesarios. El calor deja de ser doloroso y se transforma en amor, mientras que ráfagas discontinuas de un viento que no me conoce acarician aquello que el sol toca.
Hay una lección oculta, el sol la susurra a mi oído de una manera apenas imperceptible. Y me pregunto si acaso fue la palabra del sol o tan solo mis pensamientos psicóticos. Es el sol quien habla, lo sé por el calor de sus palabras.
El sol, fuente de blanca luz, me habla de la noche oscura del alma. Dice que existen lecciones, y que después de superada la etapa deviene el día radiante del alma. En eso me pregunta si sospecho cuál es mi lección. Y la verdad es que creo saber cuál es mi lección.
Entonces le ofrezco al sol mi intuición de verdad: se trata de mi error y se trata de aquello que debo corregir. Es la urgencia del amor. Me ha tomado muchos días, de más de 24 horas, comprender un atisbo de esta lección. La urgencia del amor dice relación con… El sol lo sabe.
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