Hablas, tratas con las formas y nada calza.
En un instante eres dios y nada te toca, entonces miras las formas y estas se acomodan a lo que crees pensar de ellas, e instintivamente dejas de ver lo que realmente está ahí.
Sin proponértelo adquieres el tono de la voz, y sobrepasas a dios. Porque lo que diferencia a dios de su propio dios, es que el dios de dios habla, y puede así mandarlo a la conchasumadre en un parpadeo, incluso si la voz le tiembla.
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