[En primer lugar quiero aclarar algo: este texto tiene doble militancia. Una vez aclarado este punto, puedo proseguir]
Camino por calles desiertas en las cuales solo habitan bestias de lata. Estas criaturas se rigen, al menos en teoría, por reglas transitorias según las cuales solo el verde, y el respeto, les permiten avanzar.
La vida es temible. Caminas por calles que conocías bien y que ahora pertenecen al pasado. Extraño juego, pues viajas al pasado y te hundes en un mundo incierto y nebuloso. El contacto se desmaterializó hace bastante, pero los diálogos nunca se detuvieron.
El asfalto no tiene memoria, pero tú sí que la tienes. Al recorrer aquellas calles tu corazón late con fuerza, pues tiene miedo. Y al mismo tiempo, tu cerebro pone en marcha la aparición de un sin fin de escenarios en los cuales interpretas todos los roles que eres capaz de concebir.
Imprudentemente un animal de metal pasa, a escasos centímetros frente a ti, cuando las reglas del juego te favorecían, e instintivamente le pateas. Entonces retornas a tú propio espacio-tiempo y te das cuenta de que ni siquiera te permites levantar la cabeza, no vaya a ser que veas a la distancia una estructura que te apuñale en sueños.
Las circunstancias son curiosas y crueles, la inercia es terminar.
Y mientras todo eso ocurre en tus recuerdos, la voz de un infante, que nunca existirá, te habla de lo que es importante en la existencia. En silencio le preguntas a tu esencia: ¿De qué se trata?
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