El contacto se dio y entonces se sucedieron conversaciones hasta altas horas de la madrugada, dulzura en el pensamiento y viajes astrales con el corazón en la mano.
Pasaron unos días y el plan fue vernos el viernes siguiente. Fuimos a ver una película de terror, ya no recuerdo el nombre aunque se me viene a la cabeza la imagen del cartel. Eso sí, íbamos con la chica de los pelos de punta (para mal), pero eso no importaba mucho porque yo añoraba a la chica de los pelos de punta (para bien).
Antes de que ellas llegaran yo figuraba en el cine, con el corazón latiendo como si hubiese estado corriendo, con las manos sudorosas y un dolor de estómago, el set del nerviosismo. En cuanto la vi, mi vista se cerró sobre ella. Es curioso y no sé si a todos les ha pasado alguna vez, pero a mí me ha ocurrido esto en particulares ocasiones en mi vida. Era como si el mundo respondiera a un solo punto de fuga, que era ella. Y todo lo demás era solamente la sobra de la realidad, todo lo demás era lo borroso que ves por el rabillo del ojo. Y ella al centro de lo que veía.
Nos saludamos, mi corazón y mi estómago estuvieron totalmente pendientes de su olor y tacto: seguía siendo dulce y suave. Entonces no podía descartar que la realidad fuese un sueño, pero al menos estaba seguro de que era parte del sueño y eso era importante.
Compramos cabritas y bebidas estando ya dentro del cine, y en un instante extraño y mágico, nuestras manos se rozaron con ternura, pero de manera fortuita. No era imposible tocarse, los dos lo supimos y luego nos dimos la mano a voluntad. Eso era galopar a toda velocidad siguiendo el ritmo del caballo. Fuimos cómplices.
Nos sentamos juntos a ver la película y al final de la misma, no teníamos idea de qué se había tratado, pero eso no nos importaba. La única persona que alegaba era el mal tercio que nos acompañaba, pero eso se solucionó muy fácilmente dejándola fuera de cualquier plan a futuro.
Quedamos de vernos al día siguiente en su casa. No puedo decir que me encontrara nervioso, no, estaba ansioso y con la adrenalina por las nubes. Esa noche no dormí mucho, pero la fuerza de su gravedad me hacía gravitar en su órbita y el sueño no era un problema en ningún sentido.
Partí temprano a su casa, hice el mapa y anoté las micros. La quería ver, el día era precioso, pero iba a conocer a su familia. Sabía que eso podía representar problemas, pero mejor afrontar las cosas de buenas a primeras que dilatar potenciales conflictos.
Llegué, nos abrazamos, nos besamos (era algo que en ese punto ya hacíamos) y entré a su casa. Olía extraño. Siempre huele raro, para mí, cuando entro en una casa nueva. No sé si a los demás les pasa en mi casa, pero por lo menos a mí me atonta un poco el olor de una casa que no conozco. Olía extraño, pero no era desagradable.
Conocí a sus padres y hermanas, todos muy simpáticos. Nos fuimos al segundo piso donde estuvimos viendo tonteras en el computador mientras inventábamos excusas para besarnos. Luego estuvimos en el sillón sacándonos fotos y así pasó el día. Nos llamaron a almorzar, yo no tenía hambre. Lo único que tenía era un dolor de estómago, pero un dolor positivo, que pedía a gritos volver a conectarme con su boca.
Tal vez este relato no suena mágico de forma alguna, pero tengo que decir que el sentimiento que acompañaba a todos estos cotidianos momentos era el de estar flotando en un sueño. En varios momentos me veía a mí mismo desde fuera y no podía creer lo que estaba ocurriendo. Nada de esa escena parecía ser real. Ella no era real y yo tenía un miedo horrible a despertar.
En este influjo onírico fuimos a pasear. Anduvimos por calles y plazas que no conocía para nada, y en algún momento nos sentamos en una especie de banca de ladrillos. Allí tomé aire e hice lo que mi corazón-estómago me exigía: me agaché y apoyé una de mis rodillas en el piso y la miré desde abajo. Me sentía ridículo y eso era bueno. Me daba no sé qué que a ella le pareciese patético mi acto, pero necesitaba hacer lo que sentía de la manera en la que lo sentía, porque esa es la única forma de expresar el interior mágico en una realidad que está demasiado definida. Ella se lo tomó muy bien, algo nerviosa, pero feliz.
Hay palabras y miradas hermosas que no incluyo en este relato porque son tesoros preciados que se resguardan en la verdadera intimidad, pero basta con decir que aquel día a las 18:06 le pedí pololeo y ella aceptó.
Esto ocurrió hace unos años un 20 de octubre.
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