sábado, 13 de noviembre de 2010

Nada por favor

En un lago de aguas tranquilas pero turbias por el barro, un pez pensaba en qué pasaría si alguien llegara y lanzara a una raya fuera del agua, ¿se agitaría el cielo?

Aquel pez no sabía nada, simplemente nada el pez, pero ese día preciso se preguntó por una raya voladora y con la fuerza de la imaginación sus ojos, que nunca se cerraban, conciliaron la fantasía de un sueño. Por un instante le hizo un guiño a la desesperación y el futuro temió; por un segundo se olvidó de ser pez y persiguió su cola en veloces giros. Una salamandra no lo entendió, el pez tampoco lo supo explicar.

Nada, allí, donde el agua acariciaba sus branquias en inspiraciones agitadas, un pez, una salamandra y una raya que no estaba. Y el cielo, junto al futuro, lo observaban atónitos: el pez tenía una perturbadora ambición que obviaba el rol de cielo como techo del mundo, que ofendía al futuro y su orgullo de planificador.

La salamandra no lo entendió, pero tuvo la impresión de que debía salir del agua. Al hacerlo, pasó a llevar el lodo y un animal ocultó apareció, a ras de suelo se desplazó. El pez lo supo, tenía su oportunidad, mientras el cielo y el futuro no volvían en sí.

La raya, que nada sabía y debía, nadó tranquila tras cerciorarse de que no había depredador a la vista. Sin más que su intención, el pez inspiró la última bocanada de aire antes de arremeter con su nado frenético y la raya, que justo planeaba un poco más arriba del fondo, se vio sorprendida: en un instante fortuito, en que el futuro no cabía, en que el cielo no tenía voz, en un segundo inesperado el pez arremetió en contra de la raya desde abajo y cerrando los ojos no pudo apreciar el fruto de su esfuerzo. Solamente el cielo, el futuro y la raya supieron qué ocurrió aquel día en que un pez desbocado supo fantasear y morir en las fauces de una raya, de un cielo y de un futuro despechados.

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